Conmemoramos por estos días la Jornada Mundial de las Personas Refugiadas. Es una fecha oportuna para reflexionar sobre los nuevos desafíos que experimentan las personas obligadas a huir de su país de origen o lugar de residencia habitual para salvar su vida.  

Retos nuevos y otros ya históricos se tejen sobre la obligación que tenemos, desde la sociedad y los Estados, de proteger sus vidas. Las viejas causas, guerras convencionales, persecución política, entre otros, pero también algunas nuevas, nacidas de las condiciones ligadas a la violencia armada, la crisis de las democracias, la crisis ecológica, y ahora, incluso la pandemia del Covid-19, obliga a muchos a huir para buscar mejores condiciones en el servicio médico. Nos duele y preocupa el impacto de la pandemia sobre la Amazonía, y no olvidamos las causas estructurales de siempre, la pobreza, la injusticia y la exclusión.  

Latinoamérica, aporta el 37% de las muertes por violencia armada en el mundo. La población de la región representa el 8% de la global. Entre el año 2000 y el 2018, perdieron la vida de manera violenta más de 2,5 millones de personas en la región. Sufrimos una violencia armada que alcanza niveles pandémicos. Cotejamos con preocupación, que los sistemas de asilo y refugio, así como las medidas complementarias de los Estados para proteger la vida, recurren con menor frecuencia a una perspectiva de protección de los derechos humanos, mientras crece la securitización de las fronteras y las narrativas que llaman al nacionalismo. 

La posibilidad de buscar protección internacional es un derecho humano. En este continente fracturado por la violencia como método hegemónico de relacionamiento interpersonal y social, para una organización como el Servicio Jesuita a Refugiados, la misión de reconciliar recobra un sentido muy robusto en el discernimiento sobre la manera de “ser” y de “estar” en este contexto. 

La inspiración que Dios regaló al Padre Pedro Arrupe SJ, y que descubrió en la mirada del sufrimiento silenciado de los refugiados, abrió la necesidad de actuar como cuerpo apostólico desde el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS, por sus siglas en inglés); justamente en este año celebramos el cuadragésimo aniversario de fundación. El Padre Arrupe, expresó de una bella manera aquel llamado: “Vi a Dios buscar a los que aman, a los que mueren, a los que naufragan en esta vida de desamparo; se encendió en mí el deseo ardiente de imitarle en esta voluntaria proximidad a los perdidos del mundo, que la sociedad desprecia”. 

El sufrimiento humano de las personas refugiadas, desplazadas y obligadas a huir se ha ampliado, en número de personas e intensidad, durante estas cuatro décadas. Quisiéramos ahora estar conmemorando la fundación del JRS, como el recuerdo de una misión apostólica cumplida y que no fuera necesaria en nuestros días. Quisiéramos que el sufrimiento de las personas refugiadas y desplazadas no existiera hoy entre nosotros. La tarea por seguir impulsando la protección de la dignidad y los derechos sigue estando vigente y ratifica nuestro compromiso. 

El Papa Francisco, nos ha propuesto conjugar nuevos verbos en la tarea de ACOMPAÑAR a los migrantes, desplazados y refugiados: conocer para comprender, hacerse prójimos para servir, escuchar para reconciliarse, compartir para crecer, involucrar para promover y colaborar para construir. En la centralidad medular de la misión del JRS, encontramos el verbo ACOMPAÑAR, que expresa nuestra forma de proceder ¿Qué significa este verbo en este momento de la historia? Justo cuando por la emergencia sanitaria se nos pide estar aislados unos de otros, o centrando la posibilidad de interactuar a través de medios virtuales, y allí, la brecha digital nos recuerda la inequidad del acceso a estos medios. En este momento urge fortalecer la cultura del encuentro, desde donde se funda la riqueza de nuestra forma de proceder.  

Todos coincidimos en el JRS que los refugiados, migrantes y desplazados merecen lo mejor de nuestro empeño, creatividad e innovación; el servicio cualificado como magis (más, mejor, mayor). Ellos no han tenido la oportunidad de elegir entre ser o no ser personas obligadas a huir. Nosotros, estamos en este servicio, movidos por la vocación y el compromiso, esto nos exige estar siempre atentos y con mirada aguda sobre la manera de seguir creciendo como organización que aprende, dejándonos enseñar por las personas que acompañamos, y que nos acompañan, creciendo en la capacidad de escucha y discernimiento  

Retomando el mensaje del Papa Francisco para el Congreso de los 50 años del Apostolado Social de los Jesuitas, me atrevería a preguntar: “¿El apostolado social (El JRS) está para resolver problemas? Sí, pero sobre todo para promover procesos y alentar esperanzas. Procesos que ayuden a crecer a las personas y a las comunidades, que las lleven a ser conscientes de sus derechos, a desplegar sus capacidades y a crear su propio futuro”. 

Caminamos buscando un mundo más justo e incluyente, y no pocas veces en medio de la incertidumbre; sin embargo, dejémonos fortalecer y renovar por la esperanza, esa misma que recibimos como testimonio invaluable de parte las personas  refugiadas, desplazadas y migrantes. 

JRS Latinoamérica